A veinte años del «Desafuero» la dignidad no se dobla

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Un día como hoy, pero del año 2005, México fue testigo de uno de los episodios más oscuros, pero también más reveladores, de su vida política contemporánea: el intento de desafuero de Andrés Manuel López Obrador, entonces Jefe de Gobierno del Distrito Federal. Aquel momento marcó un antes y un después en la historia democrática del país, al desnudar la forma en que el poder político y económico operaba —y en muchos sentidos aún opera— para mantener sus privilegios a costa de la voluntad popular.

El origen del desafuero

Todo comenzó con un conflicto aparentemente menor: la construcción de una calle para facilitar el acceso a un hospital en el predio El Encino. Aunque se trataba de una obra con sentido social, fue utilizada por los opositores políticos de López Obrador como pretexto legal para acusarlo de desacato a una orden judicial. Lo que siguió fue un proceso jurídico y mediático orquestado desde las más altas esferas del poder. El entonces presidente Vicente Fox, con el respaldo del bloque conformado por el PRI y el PAN —más tarde conocido popularmente como el PRIAN—, movió las piezas necesarias para intentar frenar a quien ya despuntaba como el principal contendiente rumbo a las elecciones presidenciales de 2006.

El objetivo era claro: eliminar de la contienda a un líder que no respondía a los intereses de las élites tradicionales, sino a las demandas del pueblo. López Obrador había ganado popularidad no sólo por su estilo directo y combativo, sino por haber implementado políticas sociales innovadoras, como la pensión para adultos mayores, que lo convirtieron en una figura cercana a los sectores más olvidados del país.

El día del discurso

El 7 de abril de 2005, Andrés Manuel se presentó en la Cámara de Diputados. Pudo haberse refugiado en los vacíos legales, en la burocracia o incluso en el exilio mediático. No lo hizo. Caminó hacia el Congreso con la frente en alto, consciente de que el juicio que enfrentaba no era solamente legal, sino ético y político.

Ese día pronunció un discurso que pasaría a la historia. Con serenidad, pero con firmeza, denunció el uso del aparato del Estado para reprimir a la oposición y advirtió que el pueblo no se dejaría engañar. “A los delincuentes de cuello blanco no se les toca, pero a los que luchamos por la justicia social sí se nos persigue”, dijo con contundencia.

Su intervención, que fue ovacionada por miles en las calles y por millones más que lo seguían por televisión, se convirtió en un símbolo de dignidad y resistencia. A pesar de que la mayoría en el Congreso votó a favor del desafuero, el costo político para sus promotores fue altísimo. La presión ciudadana, las manifestaciones masivas y el respaldo popular obligaron a la Fiscalía a retirar los cargos poco después.

La semilla de un movimiento

Lo que parecía el fin de su carrera política terminó siendo el nacimiento de un movimiento nacional. Desde ese momento, miles de personas comenzaron a identificarse con su causa, no como un acto de simpatía personal, sino como una toma de conciencia frente a un sistema que excluía sistemáticamente a las mayorías.

El desafuero no logró su propósito. López Obrador contendió en las elecciones de 2006, y aunque oficialmente no ganó, su figura siguió creciendo hasta llegar, más de una década después, a la Presidencia de la República en 2018. Pero más allá del resultado electoral, el episodio del desafuero marcó el comienzo de un proceso de transformación que aún sigue en marcha.

20 años después

Hoy, dos décadas después, ese episodio no se olvida. No sólo porque fue una injusticia flagrante, sino porque representa el punto de quiebre en que millones de mexicanos comenzaron a levantar la voz, a exigir respeto a la voluntad popular, a construir un nuevo rumbo para el país.

Recordar el desafuero no es un acto de nostalgia, sino de memoria histórica. Porque la historia no perdona el abuso del poder, ni absuelve a quienes intentaron detener el curso democrático de la nación.

Aquí empezó la resistencia.
Aquí comenzó el camino.
Y aquí seguimos, porque la dignidad no se dobla.

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